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*¿Por qué, cuándo y cómo es que ocurrió que una nación inmensamente rica como la nuestra no pudo ser capaz de generar una sociedad inmensamente próspera como otras que si lo lograron con mucho menos recursos? Esa es la gran pregunta que ha venido sonando a lo largo de la última década, y a la que finalmente los peruanos ya le hemos encontrado respuesta.

Antes solíamos echarle la culpa al imperialismo yanqui, al capital extranjero, a las oligarquías, a las ideologías, a los bajos precios de nuestras materias primas; en definitiva, a todo un despiadado mundo que, hambriento de nuestras riquezas y aliado a un puñado de traidores, quería apropiarse de lo nuestro costara lo que costara. Hoy esa etapa afortunadamente ha terminado. Hoy, los peruanos nos hemos mirado al espejo y hemos reconocido que los únicos culpables de que el Perú aún no sea una nación del Primer Mundo, somos los propios peruanos. Hoy finalmente aceptamos que como sociedad no hemos sabido unirnos y articularnos como un grupo que anteponga a sus legítimas aspiraciones personales, objetivos, sueños y tareas comunes y que es debido a esa falta de unión, en todos los estratos de la sociedad, que no hemos podido despegar hacia la prosperidad. Hoy, finalmente todos: empresarios, políticos, intelectuales, militares, trabajadores, asumimos la responsabilidad de nuestro fracaso y, con ello a cuestas, miramos hacia el futuro con honor, humildad y compromiso, para trabajar unidos en ese gran objetivo común que no es otro que la grandeza del Perú. Las tareas y batallas que deberemos enfrentar no serán ni pocas ni fáciles. Pero, desde el momento en que las asumimos como nuestras, aun cuando estas no nos toquen directamente, ya estamos enviando señales de que los peruanos finalmente hemos comprendido la lección y que ahora sí avanzamos unidos enfrentando batallas que solamente juntos podremos vencer. De todas estas, la principal a vencer es la de erradicar la extrema pobreza en el más breve plazo. Porque ningún país en el mundo que sueñe con grandes logros puede a su vez cargar, por ejemplo, con la vergüenza de que sus niños mueran de desnutrición o frío si en este sobra el alimento y la energía, o si uno se precia, como en mi caso, de vivir en esta Lima capital gastronómica de América, que es, al mismo tiempo, la capital de la tuberculosis en América. Ambos son claros ejemplos de una extrema pobreza que no solo es inmoral y vergonzosa para cualquier sociedad, sino que además pone en una muy mala posición a todo lo que queramos proyectar o vender como nación al mundo. En otras palabras, mientras los peruanos, todos, no luchemos juntos para erradicar la extrema pobreza, el Perú no podrá ser un país que camine hacia el Primer Mundo. ¿Pero acaso será tarea fácil? ¿Acaso no suena quizás como algo hermoso pero utópico e inviable? Pues nuestra respuesta no puede ser más contundente. Claro que no. Es real, posible y fácilmente concretable en muy corto tiempo. Y para demostrarlo, permítanme explicarlo en tan solo uno de los territorios posibles. En aquel en donde la pobreza extrema esta más concentrada: en el mundo rural. Y nos volvemos a hacer la pregunta: ¿será posible que nuestros campesinos del mundo rural andino y amazónico, hoy extremamente pobres, puedan en menos de 20 años convertirse en productores agrícolas extremamente felices? Aun cuando nuestra respuesta sea sí, es importante detenernos un poco para observar el mundo del que venimos, en el que estamos y al que nos dirigimos. El mundo del que venimos era un mundo distante en kilómetros y emociones. Las fronteras no solo estaban divididas políticamente sino también cultural y emocionalmente. Las costumbres, los hábitos propios eran tomados como únicos, y lo foráneo y distinto era visto como feo, extraño o malo. No había Internet ni cable ni celulares ni nada de lo que hoy nos acerca. En ese sentido, el mundo era un sinfín de mercados diferentes a los que solo pocos podían penetrar y unificar. Era además un mundo despilfarrador, en donde el consumidor, poco informado, solo compraba estatus o placer sin importar de dónde venía cada producto o cómo era hecho. Solo le importaba tenerlo costara lo que costara. No había ni cambio climático ni escasez de agua ni conciencia social alguna. Solo se quería tener el diamante sin importar si detrás de él habían huellas de sangre, o el auto más veloz sin tener en cuenta cuánto consumía o contaminaba. Ese era el consumidor mundial. Ese era el mercado mundial. El mundo en el que vivimos es afortunadamente distinto. Hoy, gracias a Internet y demás tecnologías, las distancias se han acortado geográfica y emocionalmente, y las fronteras han empezado a desaparecer en lo político y en lo práctico. Hoy, el mundo ya no es una suma de miles de mercados sino un solo mercado en donde, si bien se mantiene un amor por lo propio, por lo local, existe ya una conexión global que hace que aquello que antes era extraño, hoy sea común, y que lo que era feo o malo por ser diferente, hoy es atractivo y valioso precisamente por ser diferente. El consumidor mundial además ya no es un consumidor indiferente, frío y sediento de placer sin miramientos. El consumidor de hoy es alguien que le gusta saber qué consume, cuánto impacta su consumo en un mundo en donde el cambio climático ya está presente en sus vidas o en donde la escasez de recursos, como el agua o la energía, le suenan al oído. En general, estamos frente a un consumidor que a la hora de adquirir un producto se preocupa mucho por combinar placer, bienestar y satisfacción personal con sostenibilidad ambiental, compromiso social y salud personal. Pues bien. Queda claro entonces que si nos toca ahora imaginar el mundo hacia donde vamos, con todo lo dicho, podremos deducir que este se encamina a la consolidación de los cambios que están sucediendo en los consumidores del mundo en el que estamos. Esto quiere decir que, cada vez más, el consumidor mundial buscará por un lado lo diferente, lo único, lo mágico y, por otro, buscará que lo que consuma le haga bien a su salud, le haga bien al medio ambiente y le ayude a vivir mejor a otras personas. Por ello, no es extraño que productos alimenticios, textiles, de belleza, de limpieza y demás, tengan cada vez más el etiquetado de reciclable, sostenible, ‘fair trade’, orgánico, ecológico, hecho a mano, artesanal y tantas otras marcas que no hacen sino explicar que el consumidor mundial tenderá a ser un consumidor mucho más informado, más respetuoso y más sensible y humano. Un consumidor que no renunciará a la calidad ni al placer nunca, solo que lo entenderá en otros términos. Es decir, no podrá entender el placer si es que este no viene acompañado de una ética que en realidad formará parte de una nueva estética mundial. Aquella en donde placer y responsabilidad, belleza y compromiso, lujo y justicia finalmente se dieron la mano para convivir en armonía. Y así llegamos a donde viene la buena noticia. Esta demanda hoy especializada y pronto generalizada en donde reinan cualidades, calidades y valores agregados únicos y diferenciados, va a requerir de países que la satisfagan. Países que cuenten con las ventajas comparativas para lograrlo y que sean capaces de orientar sus políticas en función de dicho objetivo. Pues la buena noticia es que países que cuenten con estas oportunidades son muy pocos. Y, entre esos pocos, si hay un país en el mundo que tiene todo lo que hace falta para poder abastecer a ese futuro consumidor mundial, pues ese es el Perú. Biodiversidad única, llena de miles de nuevos productos, diversidad cultural que le da valor agregado a los mismos, historia milenaria y misticismo que le añade magia y más valor aun a estos, inmensos retos sociales y ambientales detrás de ellos que hoy son para el consumidor un valor añadido a la hora de comprarlos. En fin, todo. Lo tenemos todo para poder conquistar el mundo con un arsenal de productos alimenticios, textiles, de limpieza y de cuidado y bienestar personal que representan a una gran marca ‘Made in Perú’ que llene todas las expectativas del consumidor que ya esta aquí y, sobre todo, del que viene; mientras que con ello vamos transformando las vidas de nuestros compatriotas, hoy extremamente pobres, como nuestros hermanos del mundo rural, en vidas de ciudadanos peruanos incluidos en el desarrollo y la prosperidad. Y, entonces, qué es lo que debemos hacer para lograrlo. Pues lo primero es tener claro y creer que esta es efectivamente una gran oportunidad y que sí es posible hacerla realidad. Creer que así como hace 500 años, desde el Perú, se inventó lo que es hoy más de la mitad de lo que consume el mundo en alimentos: papas, tomates, maíz, frejoles,etc. Hoy, 500 años después, en este mundo que vive ya un nuevo renacimiento espiritual, podremos hacer lo mismo y hacerlo consumir una vez más lo nuestro, pero en una suerte de segunda entrega de cientos o miles de nuevos alimentos, sabores, fibras, aromas, colores, sonidos, texturas, en definitiva nuevos productos terminados que desde el Perú respondan a las necesidades y anhelos del consumidor mundial. Y de ahí a trabajar se ha dicho. A hacer todo lo que haga falta para que este objetivo se haga realidad. A diseñar políticas de Estado sostenidas y coherentes que busquen alcanzar ese objetivo de peruanizar dulcemente el mundo en el más breve plazo. Políticas que no solo nazcan del gobierno de turno sino de la sociedad en general: en las instituciones educativas, los centros de investigación, las asociaciones gremiales, sindicales y empresariales, las comunidades y cooperativas, todos trabajando en inventar ese nuevo futuro en donde lo nuestro finalmente adquiere un valor y un reconocimiento que contribuya al progreso definitivo de nuestra patria. En el caso específico del mundo rural, afortunadamente ya sabemos cuáles son las tareas por delante. Solo falta ponerlas en práctica. Solo falta creer que la pequeña agricultura no es un problema sino una inmensa oportunidad para seguirle los pasos a nuestra muy exitosa agroindustria costeña. Tenemos varios ejemplos concretos de éxito que nos indican cuál es el camino en el terreno agrícola. El caso del cacao y del café peruano son más que emblemáticos. Hoy, gracias al fortalecimiento de las cooperativas dotadas de la gerencia local que no tuvieron en épocas pasadas y que las llevó a la ruina, han podido conectarse de manera exitosa con los mercados mundiales, logrando en pocos años posicionar al café y al cacao peruano no solo entre los mejores del mundo, sino que además vienen logrando que su cotización internacional tenga valores agregados apoyados en la diferenciación y exclusividad de origen y calidad de los mismos. Es decir, han tomado claramente el camino correcto: valor agregado, aprovechando nuestras ventajas comparativas frente al mundo que viene. Y hoy, basta con darse una vuelta por Tocache o por Jaén para comprobar cuál es el ambiente que se vive y, sobre todo, cuál es el futuro que les espera. Porque en realidad en ambos casos ya no hay vuelta atrás. El café y el cacao peruano avanzan sólidos como una roca hacia la consolidación de convertirse en el mejor, más fino y más exclusivo café y cacao del mundo, y esto tan solo como el primer eslabón de lo que vendrá después, que es donde estará la riqueza definitiva: en la exportación de cafés envasados con marcas propias como hoy lo hace Italia con éxito; en la fabricación de chocolates peruanos con marcas hechas por peruanos para el mundo, como lo ha hecho Suiza desde siempre; e, incluso, en la exportación de máquinas de café expreso, de cafeterías y chocolaterías a la peruana y, en fin, de todo lo relacionado con el extremo más valioso de la cadena. Pero lo maravilloso es que todo esto es replicable en todas las cadenas productivas que tienen como punto de partida nuestra exclusiva biodiversidad. Desde nuestras papas nativas que pueden ser la codicia de los cocineros más afamados del mundo, que le compran directamente a pequeños productores locales a precios de oro, hasta nuestro maíz morado que podría convertirse un día en la nueva bebida hogareña mundial, dado su probado bienestar a la salud. Desde nuestros hilos de camélidos que como la marca peruana Kuna o la italiana Loro Piana, venden la más finas prendas de vicuña a precios de Giorgio Armani en las ciudades más importantes. Estas podrían generar muchas nuevas marcas con toda una moda muy a la peruana, incluso con algodones nativos de colores naturales aun por poner en valor. Y, por supuesto, los productos de belleza y bienestar del cuerpo que pueden, a través de marcas inteligentes de peruanos inteligentes y audaces, utilizar todos esos enigmáticos productos de nuestra Amazonía y Andes, para seducir al consumidor ávido de sentirse más reconciliado con la naturaleza y con ese mundo al que él, sin darse cuenta, maltrató. Y así podríamos pasarnos toda una tarde mencionando ejemplo tras ejemplo, oportunidades tras oportunidades, que tiene nuestro Perú en ese mundo que viene. Lo importante es comprender y tener claro que no depende de otros. Que la pelota está en nuestra cancha. Que depende únicamente de nosotros que lo logremos. ¡Qué maravilla! Sí. Únicamente de nosotros. Entre las tareas está que capacitemos a nuestros campesinos y su cooperativas en gestión, gestión y más gestión, para que sus productos estén conectados con las necesidades en términos de estandarización, calidad y seriedad que demandan los mercados. Que dotemos de la infraestructura necesaria a nuestros pueblos para que sus productos lleguen con la velocidad, eficiencia y calidad que los compradores exigen. Que nuestros funcionarios e investigadores entreguen sus días a vivir obsesionados con cómo lograr cada vez mejores y nuevas tecnologías para lo nuestro, en cómo mercadearlo mejor, cómo añadirle mayor valor, en cómo generar denominaciones de origen más que territoriales como armas de competitividad, en cómo permitir el acceso a la marca orgánico de forma más democrática (hoy un campesino debe pagar cinco mil soles al año por la licencia), y en cómo trasladar dichos conocimientos y herramientas a aquellos que lo necesiten sin trabas ni argollas ni oscuros intereses, sino con verdadero y genuino amor a la patria. Con empresarios, pequeños, medianos y grandes, comprometidos con buscar cadenas productivas justas, que dejen atrás la idea de que lo que era bueno para su empresa era bueno para el Perú para pasar a una era en donde se tenga muy claro que lo que es bueno primero para el Perú y los peruanos será bueno para nuestra empresa. En donde nos preocupemos como empresarios por el punto más débil de la cadena, el campo, el mar, el consumidor, para que todos se beneficien y todos sean felices con lo que hacemos. Con gremios que ya no luchen más por sus intereses sino que luchen, sobre todo, por intereses en apariencia ajenos a los propios pero conscientes de que beneficiando al resto, al final ellos terminaran beneficiándose. Con intelectuales que superando sus vanidades sepan escuchar la opinión contraria para enriquecer la propia y juntos ir armando ideologías consensuadas que busquen siempre el interés común antes que el brillo intelectual personal. Con trabajadores en el campo y la ciudad que recobrando la confianza en sus líderes, empresarios e intelectuales, se vuelquen con sacrificio a ese esfuerzo histórico sabiendo que ahora sí no hay duda que serán sus hijos los grandes beneficiados. Sí. Sí es posible. Claro que es posible que en este mundo que se nos viene, el Perú pueda brillar. Con nuestro cacao y sus futuros chocolates, con nuestro café y sus futuras cafeterías, con nuestras fibras y algodones y nuestras futuras boutiques, con nuestras raíces y hierbas y nuestros futuros cosméticos de lujo. Claro que es posible que un peruano del mundo rural, hoy extremamente pobre, pueda en muy corto tiempo convertirse en un ciudadano peruano extremamente feliz. Con esto, por supuesto, no queremos afirmar que este es el único camino para alcanzar la prosperidad del Perú, ya que es tan solo un brazo del mismo. Pero los objetivos, valores y retos que aquí planteamos son similares y coincidentes en todos los objetivos que nos debemos trazar de cara al futuro. En la educación de calidad que tanto anhelamos, en la inversión multiplicada en ciencia y tecnología, en el acercamiento del Estado al ciudadano, en la fe absoluta en la innovación, en el protagonismo cultural peruano en el mundo, en los triunfos deportivos y los íconos arquitectónicos que tanto nos llenan de orgullo, nos unen y nos proyectan hacia el futuro. En todo lo que emprendamos siempre deberá aparecer ese mismo objetivo, de buscar hacia dentro de nosotros mismos y de nuestras riquezas todo lo que queremos y deberemos proyectar y vender en el mundo, y así acabar para siempre con la historia de siempre. De ese mundo que nos compró lo elemental a precio elemental, para luego vendernos lo elaborado a precio sofisticado. El mundo nos dice que sí es posible, el consumidor mundial nos pide a gritos que lo hagamos posible y ahora, con los peruanos unidos como nunca antes lo hemos estado en la convicción de que ha llegado la hora de la inclusión social, estamos listos para responderles que sí será posible, que nos estamos alistando. Que podemos cometer en el camino algún traspiés como el reciente asunto transgénico, pero que nada nos impedirá que en los próximos años finalmente lleguemos hacia donde el destino y la oportunidad histórica hoy nos llevan. Que ya estamos encaminados hacia esa dulce, justa y humana peruanizacion del mundo en la que nada nos hemos robado ni a nadie hemos hecho daño, sino, por el contrario, avanza haciendo al consumidor mundial más feliz, al mundo más hermoso y justo y al Perú, al fin, un país en donde sus riquezas estuvieron al alcance de todos y fueron disfrutadas por todos. No nos queda otra alternativa. Como sociedad, como generación, como país que aspira a dejar una historia de fracaso para iniciar una historia de éxito, y porque es lo que moral e históricamente nos corresponde hacer, los peruanos, todos, tenemos que tener como principal objetivo de vida el de erradicar la pobreza extrema en los próximos diez años. Ese es nuestro deber. Y lo lograremos. ¡Que viva el Perú!